miércoles, 21 de octubre de 2015

La cicatriz de la rodilla


Siempre he sido necia. Llevo una cicatriz en mi rodilla derecha, a causa de una caída que sufrí a los 5 años. Es algo que veo a diario cuando tomo una ducha, cuando me visto, cuando uso vestido y cruzo las piernas. Ese recordatorio de mi necedad está ahí. Pese a que mi abuelo insistió que no montara en la bicicleta por las piedrecillas que los vecinos de la construcción contigua habían dejado, formando una pequeña y gris montaña, lo hice. Se me ocurrió que mi bicicleta podía pasar perfectamente, casi emulando una de las acrobacias de algún ciclista de BMX.

Craso error.

Me di contra el suelo, luego que mi bicicleta saliera volando por su lado, como quien se despide ante la intempestiva caída, en la que ella -obviamente- no tenía mucho que perder. En cambio yo, fui prácticamente derrapando sobre aquella pila de piedras. Las muy desgraciadas fueron a incrustarse en mi rodilla. Lloré, grité y todo lo pertinente ante ese tipo de situación, al punto de ni siquiera sentir las nalgadas que me dio mi abuelo por "no hacer caso"

Sobra decir que conmigo el castigo nunca ha sido efectivo. Ni verbal ni físico. Lamentablemente, la caída de la bicicleta es una de las muchas heridas que me he prácticamente autoinflingido, y que visibles o no, en su momento han causado muchísimo dolor.

Podría hacer una analogía con las cicatrices y experiencias pasadas, pero vamos, ya estamos demasiado vividos y leídos como para caer en clichés; aunque es inevitable imaginar qué decisiones han calado más en el alma y de qué manera me han conducido a este presente.

Lo realmente importante y el fin de este texto es que a pesar de las caídas y cicatrices, I regret nothing, las cicatrices suelen ser una especie de bonitas decoraciones, después de todo(s).




Lali.

martes, 28 de julio de 2015

La gran tercena

Imaginen una tercena, con una gran variedad de cortes de carne colgados en ganchos dispuestos para este menester, donde los clientes pueden apreciar si esa es la pieza de carne que desean llevar según la disposición de las fibras, la cantidad de grasa, lo magro del corte y la frescura del mismo.

Uno tras otro se acercan los clientes a observar la mercadería, algunos incluso se atreven a tocarla, ya saben, para ver qué tan consistente se encuentra la carne. No puede ser para menos, están evaluando un producto que posteriormente llevarán al hogar y que será consumido por sus familias.

"Qué rica, mi amor" escucho mientras voy por un sector concurrido de la ciudad. Voy vestida con un pantalón de rayón azul, blusa blanca mangas largas, un par de tacones beige y una cartera discreta, como para una entrevista de trabajo. A lo largo de diez cuadras aproximadamente vi un promedio de trece hombres mirándome de una forma que me incomodaba, y unas cuántas más me gritaban obscenidades.

Los había de todas las edades, razas y clases sociales aparentemente. Estaban vestidos con pantalones de tela, jeans, con sombrero, sin él, con peinados diferentes y rostros variados que expresaban desde una inocente admiración hasta el más profundo y oscuro deseo.

Mi abuela sabiamente solía generalizar diciendo que "los hombres son animales sexuales". Obviamente no entendía a qué se refería hasta que cierto día, camino a la despensa de mi barrio, vestida con unas bermudas y una blusa color fucsia, un hombre en bicicleta paró la marcha junto a mí para darme un largo e incomodísimo discurso patético y soez sobre la forma de mi vulva, lo mucho que le excitaba verla y todo lo que quería hacer con ella. Yo tenía 12 años.

Desde ese día comprendí que la gran mayoría de mujeres, por no decir todas, hemos experimentado este tipo de encuentros, unos más incómodos que otros, porque no hay nada que podamos hacer para evitarlos. ‘Nos toca entender’ y a veces aceptar que por ser mujeres, tener curvas o simplemente vestirnos de manera un poco llamativa estamos expuestas a recibir las palabras lujuriosas de estos "galanes de barrio". El término es muy suave para el que en realidad me gustaría utilizar, pero primero que todo, respeto a quien esté leyendo esto.

Es entonces cuando me di cuenta que, para ciertos hombres, las calles son una especie de gran tercena en la cual son libres de mirar los distintos cortes de carne que pasan a su alrededor. Lastimosamente, eso somos para muchos.

También he aprendido que hay varios tipos de acosadores:
  • Los que solo te miran, pero conservan algo de respeto.
  • Los que te miran con mucho morbo y te dicen una que otra palabra.
  • Los que no temen decirte cualquier cosa que se les viene en gana.
  • Los que te tocan de la forma más asquerosa y sucia, quienes para mí, son los peores.

Es lamentable comprender la penosa realidad de que nada pueda hacerse ante esto. Debería llenarnos de indignación ver cómo nuestras calles y sociedad se han convertido en un gran mercado de carne, en la que "los clientes" se sienten con derecho y en deber de manosear lo que hay, por cuestiones de virilidad o de simple ocio ocasional.

Me quedo con la impotencia que produce el saber que mis hijas, tus hijas y las de todos están expuestas a este acoso sexual por la simple razón de existir. Yo, por mi cuenta, enseñaré a mi hijo, padre, novio, amigos y todos los hombres que se encuentran a mi alrededor, el terrible y negativo impacto que producen estos eventos en la psiquis de una mujer y lo doloroso que es no poder hacer nada más que educar. Y tú, ¿qué harás para evitar que siga sucediendo?

lunes, 27 de julio de 2015

Disfrutar no está mal

           "Hay que ser infiel, pero nunca desleal" 
                                   Gabriel García Márquez


Cuando niña solía creer que las infidelidades, rupturas emocionales y engaños maritales no tenían razón de ser. "Pero si todas las mujeres y hombres son iguales" decía mientras debatía con mi abuela, qué lleva a una pareja a ser infeliz.

Tiempo me ha costado entender lo compleja de la situación. El amor, la relación afectiva en sí, es más que una correlación de cuerpo con cuerpo. Es un conjunto de emociones, sentimientos, complejos, preferencias, rutina, sueños, metas; es compartir más allá de un par de horas, es compartir la vida con otra persona, muchas veces, abismalmente diferente a ti.

Y es en la mayoría de los casos esta diferencia la que propicia un ambiente enrarecido, llegado cierto tiempo de convivencia, causando distanciamiento físico, sexual y emocional de la persona que amas. 

Entrando al asunto, la infidelidad es un acontecimiento típico que se arrastra de tiempos inmemoriales, siendo en algunas culturas y religiones un estigma generalmente endosado a las mujeres, que puede llevar incluso hasta implicaciones hereditarias. Según ellos, si tu madre fue adúltera: tú, tus hijas, e incluso tus nietas, tienen un elevado porcentaje de serlo. 

En cuanto a lo social, a lo largo de la evolución de nuestras civilizaciones, la infidelidad ha sido un delito expresamente del género femenino, castigado con firmeza y crueldad, en el que los hombres -hasta ahora- gozan de un elevado nivel de permisibilidad, siendo hasta considerados con mayor virilidad de acuerdo al mayor número de mujeres que hayan fornicado.

Ser la única especie que razona y una de las pocas que mantiene la monogamia como opción -a excepción de algunas culturas- ha sido una de los motivos por los que somos muy propensos a satanizar la infidelidad, porque conlleva deslealtad.

Entonces, ¿es malo ser infiel? 

Sí, y no. Depende del cristal con el que se lo mire. Partiendo de que cada persona es un mundo diferente, las relaciones no se encuentran muy alejadas de esta realidad. Cada una se lleva de una forma distinta. Hay un universo completo de situaciones en las que la infidelidad puede ser hasta bien vista en el entorno de la relación: poniendo reglas y términos, como en el caso de los swingers, quienes lo hacen por placer sexual; o como en las relaciones abiertas, las cuales varían de acuerdo al grado de compromiso de sus participantes.

Todo bien con la infidelidad consensuada -al parecer-, pues no se toca ese delicado e importante punto: lealtad. Es aquí donde las cosas se tornan color de hormiga para aquellos que gustan de la diversión sexual/sentimental con personas que no son su pareja.


"Está mal ser infiel, porque hay sentimientos invertidos en una relación y serlo implicaría romper -entre otras cosas-, confianza y, a la vez, llegar a pisotear esos sentimientos. Aparte de que una avalancha de pensamientos negativos se vienen a la cabeza de la persona que sufrió esa infidelidad. Si ya una persona no se siente conforme con la relación, lo que debería hacer es decirlo". 

Es la opinión de mi novio, el cual respeto y amo muchísimo, opinión con la cual estoy totalmente de acuerdo. Ser desleal está completamente mal, porque la relación se basa en la confianza, como él supo expresarlo. Peeeero, ¿en qué punto acepta una persona que no está conforme con una relación? y lo más importante: ¿podemos hacer algo para evitar la infidelidad de nuestra pareja?

Uno de los factores de este fenómeno se remite a la elección de la otra persona. Esta "decisión" está dada tanto por factores en donde predomina la empatía que tengamos con ese compañero, de acuerdo a afinidades o actividades en común.

Es más fácil que nos sintamos atraídos hacia quienes realizan las mismas cosas que nosotros o quienes comparten nuestros gustos, que hacia aquellas personas con quienes no se tienen los mismos marcos de referencia. Y es este mismo factor que nos ayuda a buscar pareja, el que nos vuelve propensos a fijarnos "inapropiadamente" en otra persona.

No se trata de ponernos un escudo anti engaño, se trata de mirar con objetividad que somos humanos y que tenemos una enorme predisposición a cagarla.

A esto hay que sumarle el hecho de que muy por el contrario de lo que muchas personas creen, está demostrado que los infieles pocas veces sufren de culpabilidad por lo que hacen. El acto de arrepentimiento solo llega hasta donde termina la "aventura" y de ahí en adelante es asunto olvidado.

Hay que tomar en cuenta que algunas veces se es permisivo con el infiel, ya que tener una relación es un asunto complejo, porque una vez que la entablas, te encuentras de pronto con el síndrome "amor y odio". Y bueno, para explicar este fenómeno tendría que citar a Freud y no terminarías de leer esto -si es que aún lo haces-, pero en resumen, al proyectar parte del yo en el otro y llegar a la frustración se desencadena el odio, factor que promueve muchas veces hasta la justificación de este acto.

Pero tranquilos, al final de la jornada, si nos invaden dudas o sentimientos encontrados, lo mejor es conversar. Encontrar un momento y poner las cartas sobre la mesa. Es importante entender que la pareja necesita movilidad para supervivencia y desarrollo de cada uno; es muy importante dado el caso, replantear la relación y continuarla siempre que la elección sea ratificada por ambos.

Existen mil y un formas de evitar "caer en la tentación", mas lo importante es ser leales hasta el final. No pretendo satanizar a los infieles, cuestionar, ni mucho menos juzgar la manera que tiene cada quien de manejarse por la vida. Cada quien es libre de explorar, de ir y venir-se- como mejor le parezca. Disfrutar de su cuerpo y sexualidad no está mal... siempre y cuando no jodas el corazón de los demás.


lunes, 13 de julio de 2015

El beneficio de temer

"El miedo es ese pequeño cuarto oscuro donde los objetivos negativos son revelados". 
                                               Michael Pritchard


Escuchando 'Devil in Disguise' by Elvis, me dio el impulso repentino de escribir. Y es que confieso, tengo mucho tiempo que no lo hago, al menos no para este blog, al que he tenido muy abandonado.

Acostumbrados -supongo- a los escritos llenos de lógica y razonamiento, algunos no encontrarán muy interesante lo que deseo transmitir. Sin embargo, hay algo rescatable en este tipo de entradas, y es que a veces la simplicidad es mejor recibida que mil palabras adornadas con interlineado sencillo en Helvética. 

Escribir en tiempos de inestabilidad no es algo que le siente bien a alguien como yo, lo visceral suele ser muy poco digerible para el tipo de lector que me acompaña, ya que cuando nuestro mundo personal tambalea, la coherencia y la objetividad no son cualidades muy fáciles de encontrar. 

Afortunadamente "no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista" y al salir de este convulsionado momento, he llegado a la conclusión de que lo que me sucedía no era tan malo / grave. Todo, se resume a miedo. Miedo a un par de cosas que la humanidad en general teme: la soledad sentimental, el desfase económico, la muerte, etc. 

Pero a fin de cuentas, lo peor que pudo pasar es que sucedieran y bueno, de ahí no se podía llegar más abajo. ¿O sí?

Si bien es cierto, desde que dejé de tomar un par de pastillas que desacertadamente me recetaron hace un par de años, mi percepción de ciertas sensaciones han sido un sube y baja tremendo, pero puedo decir sin temor a equivocarme que me privaban de la cosa más especial que puede sentir el ser humano: el miedo.

Permítanme justificar mi punto y el eje central del presente conjunto de palabras:

En los últimos 14 meses, muchas de las decisiones que he tomado para mi vida y las de los que me rodean, han sido influenciadas por este factor, de manera muy positiva.

Temor de envejecer y querer hacer muchas cosas que ni el cuerpo ni la conciencia a esas alturas, permiten; miedo de despertar en la madrugada y darme cuenta que duermo junto a un hombre al que dejé de amar hace mucho tiempo. Sí, yo le temo a eso.

El miedo se ha constituido en aquel motor que mientras insiste en hacerme retroceder, al mismo tiempo me permite impulsarme con más fuerza hacia adelante. Temo estancarme, llegar a cierta edad y no haber dejado huella alguna mas que los tres diablillos que me dejan sus besos pegajosos en la mejilla cada que me reciben; y aunque a mi parecer, son un espectacular legado, necesito más. Yo siempre necesito más.

Soy un alma libre, pero momentáneamente reprimida por los recuerdos, experiencias propias y ajenas que no pienso repetir.

Y es que este no es un escrito pasivo agresivo en contra de nadie, vale aclarar. Solo busco transmitir que sentir miedo es una de las mejores cosas que pudo pasarme. No me refiero a ese miedo irracional, que es consecuencia de eventos traumáticos pasados, que se vuelven fobias. Me refiero a ese miedo de no avanzar, ese miedo de no conseguir algo que más temprano que tarde, pueda permitirte seguir soñando con más. Ese tipo de miedo que te obliga a continuar.

Funciona como un muro ante la zona de confort moral en la que temo caer. Es un recordatorio de que soy humana, que tengo aún treinta y tantos por delante y 26 por detrás. Simplemente, solo espero que cuando muera, mis hijos, nietos, o alguna persona que sepa de mi, diga: ¡Diablos, esa man rockeaba!

Considero que no está mal tener miedo a ser quienes los demás esperan que seas y ser lo que te da la putREGALADA gana de ser.





Lali.






miércoles, 25 de febrero de 2015

Te dice que sí



¿Qué hacer cuando asumes que haces lo que puedes, lo que debes, mientras algo te dice que no todo va bien, no como debería? Te deprimes y maldices a la naturaleza por el desatino de haberte dado ese doble cromosoma X que te determinó como mujer y te hace sufrir cada mes los estragos de tu fisiológica inestabilidad.

Sientes que el corazón se te comprime y encuentras fallas donde quizá solo hay desidia, y eso también te lastima.

Escuchas y lanzas palabras en forma de promesas, añoras el cambio, la reciprocidad, la exposición; porque a ti si te gusta que la gente te vea feliz, que sepan que amas y te aman. Pero no es así, no puede ser así. No obligas. No tienes derecho para hacerlo. Siente y te dice que lo ha dado todo, que ya no hay más de él… para ti.

Empiezas a preguntarte si lo que haces es suficiente, si lo que eres, es suficiente. Te dice que sí, entiendes que no.

Comprendes que tu instinto controlador te juega una mala pasada. Meditas. Hechas a rabiar. Te las aguantas. Decides que es mejor seguir. Que todo vale la pena cuando te envuelve en la calidez de su ser al despertar, cuando te besa y te hace olvidar de la inclemencia de la vida.

Sonríes entre lágrimas y solo alcanzas a preguntar, ¿Cuánto más durará la elasticidad de la cuerda antes de que se rompa?  Esperas que mucho. Anhelas poder seguir uniendo la cuerda, haciendo esos nudos con los que te desangras de a poco.

Sin embargo también te agobias con la intención de romperla tú, antes que el estirón te alcance y te dé un azotón que te duela de por vida. Entiendes que es muy tarde. Que sea hoy, o sea mañana, quedará un vacío que  tratarás de llenar, no con personas, con personajes. Que te embarcarás en una búsqueda inútil de brazos en los que te vuelvas a sentir como en los suyos; un nuevo ‘happy place’. Sabes que eso no existe, no te da la ingenuidad para tanto.

Entristeces ante la incertidumbre. Le haces saber que dudas. Entristece él también. Vuelves a preguntarte si lo que haces es suficiente, si lo que eres, es suficiente. Te dice que sí, entiendes que no.




Lali

viernes, 6 de febrero de 2015

Happily Ever After?





Lo que leerás a continuación es ficción… ¿o no?


Todo empezó en aquel café, aunque para él haya comenzado desde antes, en esas largas noches de conversaciones triviales y sin fin alguno. En las que una noche, después de llegar del matrimonio de aquella amiga de toda la vida, torpemente, de la manera más inocente y cómica, le contaste que le habías bailado al espejo.


Tu taco queda atrapado en las divisiones de los adoquines, en tu intento por bajarte del taxi. “Esto no está yendo muy bien” –te dices- “Espero no se haya ido”, repites mientras acomodas el maquillaje que al apuro guardaste en tu estropeado bolso. Caminas con premura, mirando hacia todos lados. Hace mucho tiempo no regresabas a esa ciudad de gente y recuerdos agridulces. Eso te alegra. Pese a que los motivos por lo que estabas ahí eran muy diferentes a la cita de aquella tarde, te gustaba mucho que coincidieran en aquel café.

Tratas de buscarlo entre las mesas, entre esas personas refugiadas en sus cafés y conversaciones after office, entre meseros y gente sonriendo. Es miércoles e inicio del mundial de fútbol, obviamente todo el mundo parece ‘alegre’. Finalmente lo ves, esperando de espaldas, con el cabello alborotado, su chaqueta de denim y su sonrisa bien puesta. “¡Hola!, ¿cómo estás?, no sabía si eras tú.” Dijo amablemente mientras tú te disculpabas una y otra vez por tu torpeza, el retraso de casi 40 minutos gracias al tráfico y tu falta de cálculo de los imprevistos.


“Siento mucho haber llegado tarde, la verdad no imaginaba que la 9 de Octubre estuviera hecha un caos” Obviamente iba a disculparte porque a simple vista se notaba que era un caballero. “No te preocupes” –contestó- “Lo importante es que ya estás aquí”.


Sonreíste y empezaron la conversación hablando de ti, de tus gustos y un montón de cosas que para ser honesta, ni recuerdas. Luego te habló de los suyos, te fijaste en sus manos y en lo nervioso que estaba. Sonreíste otra vez y siguieron conversando. Te encontraste de repente perdida entre sus palabras y sus ojos. -¡Diablos, habías notado lo bonitos que son!- .


Te conversó de su trabajo y de su carrera, de lo que hacía en ese momento y pensaste, a los 20 minutos de hablar con él, que era el hombre más inteligente que jamás habías conocido. Sonreíste. Se hacía frecuente hacerlo en su presencia.


Eran las 8pm y los mensajes masivos de tus amigos a tu celular interrumpen la tertulia: “Vendrás o no, maldita sea?!!”, “No me cuentees”, “Si no vienes, al menos avisa”, “No me vuelvas a decir que salgamos cuando vengas”. Te pones nerviosa y le explicas que debes irte. Ni bien terminas de decir la palabra “irme”, piensas en lo bien que estás pasando y pones en una balanza: ese momento o beber como imbécil con tus amigos de ocasión en un antro con comida deliciosa.


Te quedas. Apagas el teléfono. Le das la prioridad a la mejor conversación que has tenido en tu vida y sigues sumergiendo tu mente en el mundo de sus palabras y sus libros.


Dan las 10 y ahora sí debes irte. Piensas en lo terrible que sería el no volver a verlo y de una manera sutil, le sueltas el: “Bueno, ¿cuándo volvemos por un café?”. La respuesta te deja feliz, pues sin haber un vestigio de atracción –según tú, en ese momento-, amarías volver a conversar con esa persona, el tipo de gente que jamás habías encontrado en tu vida.

“Mañana, a la misma hora, si tú deseas”. Eso bastó para que llegaras esa noche a aquel cuarto de 10mx10m y te quedaras dormida pensando en él.


Amanece, te escribe. Siempre respetuoso, siempre en buen plan. Llega la hora de verlo y has exagerado, en escoger tu ropa, en maquillarte, en esperanzarte. Meditas un rato, antes de salir, y te pones a pensar en qué hacer en ese momento. O cancelas la cita por miedo a que te guste algo que seguramente no tendrás, o te la juegas y vas. Que sea lo que la vida quiera.


Decides que has dejado de vivir mucho tiempo, por el miedo. Y la vida quiso. Lo ves, salen un par de veces más y aquel lunes, lo miras pensativo. Más callado que de costumbre.


Te dice que estás hermosa y le crees. Te esmeraste, debías estarlo, debías gustarle. Te rompería tu corazón pegado con brujita, si no eras de su agrado, al menos físicamente.


Luego, sin advertirlo, sientes su mano tomar fuertemente tu nuca, y así, sin más, plantarte un beso.

Te quedas helada y sonríes. Vences a las mariposas en tu panza y alcanzas a preguntarle: “¿Por qué tardaste tanto en hacerlo?”. Sonríe pegado en tus labios, responde “No sé”, sin dejar de hacerlo. Y bueno…

Mantienen la compostura para después perderla de nuevo. Sonríes. Ya te habías acostumbrado a que así sea. Sonríen juntos. Eso te gusta aún más.


Te toma de la mano, y –hasta hoy- no la suelta.


No crees en el “Happily ever after”, pero te hace feliz el hecho de que esta historia, aún se siga escribiendo. 




Lali.

jueves, 29 de enero de 2015

El despertar (Relato)


No empezaré con citas de escritores famosos ni con una laguna mental, comenzaré partiré desde la confusión que te provocan ese tipo de sucesos.

Es temprano en la mañana y siento que la respiración me falta cada vez un poco más; abro los ojos en medio de la tiniebla que es este lugar delimitado por cuatro paredes. Soy solo yo, dejo de imaginar; es como simplemente estar en el limbo, en un espacio libre de recuerdos y sentimientos. En ese instante, al abrir los ojos, soy realmente yo sin remordimientos ni pensamientos. Es la persona que simplemente existe, sin porqué ni para qué.

Soy aquel ser que está despertando del letargo suavemente, libre del shock de recordar toda la miseria que llevaba sobre sus hombros al cerrar los ojos; creyendo en vano, que la memoria no volverá, intenta disfrutar de ese espacio de tiempo, dure mucho o dure poco.

Luego, como una explosión regresa toda la información, vuelve de golpe todo lo que era tan cómodo no saber: cómo te llamas, dónde estás, acabas de despertar, estás sola... lo único que aún no alcanzas a recordar es quién eres... tal vez porque ni siquiera en la noche anterior a este despertar, lo tenías claro.
Muevo la cabeza con recelo, me siento en la cama, me incorporo... supongo que de una forma u otra es necesario moverte. Trato de buscar a ciegas mis zapatillas bajo la cama, sin ser para mí una opción el encender la luz. Me gusta la comodidad de pensar que soy parte de aquella oscuridad, que levito en el ambiente, que somos una sola; pero el deber llama y la responsabilidad de haber pasado los 18, pesa.

La ducha tiene un sonido diferente, es hasta gracioso como las tinieblas te permiten escuchar las cosas de manera distinta; el agua cayendo y el sonido de todos tus pensamientos empiezan a enrarecer el ambiente. Es mejor salir del baño. Imaginas que aún estás bien con el tiempo y luego de vestirte con esa ropa que te hace sentir una persona distinta a ese 'algo' que despertó en la cama hace una hora, te diriges a realizar lo que estabas postergando... encender la luz.

Lo hago, me deslumbro, cierro mis ojos de nuevo y a tientas me paro frente al espejo -es necesario ver si tu aspecto antes de salir de casa no ofende a los demás- y justo en ese instante, en el que intentas acomodar tus ojos a la visión después de tanta oscuridad, aparece una figura junto a mi reflejo, a la cual, por estar en ese proceso de volver a ver, no puedes distinguir bien.

No recuerdas haber estado con alguien la noche anterior, ni siquiera recuerdas hace cuanto estuviste con alguien. Solo ves 'algo' y te preguntas si ese 'algo' existe en realidad o lo estás imaginando; te atreves a pensar incluso que aún no has despertado. Pero oh amigos, ese 'algo' existe.
Ese 'algo' en el espejo es el reflejo de lo que más me asusta; mis miedos han tomado forma antropomorfa, han tomado SU propia forma. Me mira con esos ojos marrones y la expresión de indiferencia que tanto detesto, que me aterra, y a su a la vez me congela. No alcanzo a emitir palabra, simplemente lo miro a través del espejo; aunque ya a este punto no sé si lo miro yo o si es él quien me está mirando.

Recuerdas de repente que debes salir, que debes cumplir con esas cosas que por ser adulta el mundo se empeña en convencerte de realizar, que la responsabilidad no espera ni acepta excusas; que tienes tantas tareas pendientes para hoy, que ni siquiera sabes como ha de alcanzarte el tiempo.

Vuelvo mi mirada al espejo y ya no está, el reflejo junto a mi se ha ido, tal cual pasó en realidad. Él fue parte de esta oscuridad mañanera, no puede ser de otra forma; el bienestar que sentí al abrir los ojos solo podía compararse con el que sentía a su lado. Estoy convencida de que amaneció conmigo, con aquella que no era niña, ni mujer... con mi esencia, con la que su edad mental no guardaba relación la cronológica ni emocional.

Paso el cepillo por mi cabello y vuelvo a buscarlo, como un acto desesperado por verlo de nuevo, sin éxito. Otra vez se ha marchado, es bastante inútil buscarlo. Me siento en la cama mientras contengo las ganas de gritar y pienso en lo irónico pero eficaz de haber aprendido con él que la tristeza se lleva en el alma; que a los demás no les importa ni les agrada verte de esa manera, que generalmente es esa indiferencia la que te hace fuerte.

Me dispongo a salir de ese lugar donde él habita, de dónde no se irá. Se me hace tarde para llegar a ese lugar al que voy todas las mañanas y del cual salgo agotada. Pensando en que no fue algo común, que no es algo a lo que una esté acostumbrada, de esas cosas que no sabes porque te ocurren, que ni siquiera alcanzas a entender si es que en realidad están aconteciendo, tan irreales y mágicas; que pese a no haber vivido nada parecido a tus veinti y tantos, ahora, una vez que te ha ocurrido, simplemente no quieres que te dejen de pasar.


Volveré hoy a ese lugar, como cada noche; apagaré la luz, cerraré los ojos, lo sentiré llegar.